• 22 FEB 2013 - Review - Pantalla Sonora - Juan José Roldán - (…)her sound of extreme beauty, never overloaded, emphasising its romantic, spontaneous and even magical character.
Tanto la rapsodia para violín y orquesta Tzigane de Ravel, como la Introducción y rondó capriccioso de Saint-Saëns son obras concebidas para el lucimiento virtuosístico del violín solista; de hecho eran obras que se incluían en los largos y generosos programas de entonces como complemento a otras de mayor envergadura; algo así como las propinas o encores de la actualidad. En este sentido la solista suiza Rachel Kolly D’Alba, bajo un aspecto que hacía recordar a la última heroína Pixar, Brave o Indomable pero sin rizos, cumplió con creces su cometido, salvando todas las trampas, armónicos rápidos y pizzicati incluidos, que Ravel situó a lo largo de los casi diez minutos de duración de la pieza, mientras en la de Saint-Saëns cuidó su sonido de belleza extrema nunca recargado, destacando su carácter romántico, espontáneo y hasta mágico.
En ambos casos la orquesta se plegó de forma discreta y eficaz. Pero lo más llamativo en la interpretación de D’Alba fue su capacidad para dominar diferentes texturas; así en Tzigane extrajo del violín un sonido áspero con aroma de madera, que parecía rozar no solo la cuerda sino también el cuerpo del violín, sin por ello chirriar, cuidando tanto los aspectos sensuales como los agresivos de la partitura. Con el Rondó capriccioso, obra de inspiración española confundida con zíngara, dedicada a Pablo Sarasate, la excelente violinista supo exprimir todo su encanto nostálgico y complicado virtuosismo, con una respuesta contundente, sobria y mágica de la orquesta.